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  • Foto del escritorVandana Alonso

El hijo y la hija de Gaia


EL HIJO Y LA HIJA DE GAIA

El Principio fue el Verbo.

El Verbo es la Palabra.

La Palabra es la primera materialización de los pensamientos, sentimientos, sueños, deseos . . .

La Tierra es un cáliz, un receptáculo de Vida y Amor; su nombre es Gaia; la primera Madre, la Diosa, la Fuente de nuestra existencia. Una Flor en su esplendor, llena de polen.


 

Gaia bailaba por el Universo, al son de los astros y planetas, con la música de Dios.

Llevaba un hermoso vestido de flores y plantas, adornado con pequeños animales, pájaros y mariposas de lindos colores, hormigas eficientes y abejas laboriosas.

Su perfume era cálido, suave y ensoñador.

Hablaba con la luna y conversaba con el sol. Soñaba con las estrellas y jugaba con las galaxias.

Sus entrañas, llenas de Vida, suspiraban por una nueva creación. Deseaba compartir su Felicidad.

Dejándose llevar por el viento y las brisas, entró en profunda meditación, conectando con la esencia de su Ser, llenándose de Paz y Armonía, que la llevaron a sumergirse en un profundo sueño.

Nadie ha podido calcular cuanto tiempo durmió Gaia; la historia comienza con su despertar.


 

Cuando tomó consciencia de su cuerpo, comprendió que estaba embarazada. No supo si la semilla se la había depositado el sol o un pájaro enamorado.

Dos seres iban creciendo en sus entrañas; se sentía plena y alegre; ya tenía a quien ofrecer su Felicidad.

Las montañas se estremecieron, el mar se sobresaltó, los pájaros se silenciaron y las mariposas descendieron suavemente sobre las flores; Gaia estaba de parto.

Tras una fuerte sacudida, la última contracción, dio a luz a dos hermosas criaturas; los primeros humanos.

De su madre habían heredado belleza e inteligencia, sensibilidad y creatividad, Amor, Dulzura, Armonía . . .

Eran prácticamente idénticos; a pesar de ello, Gaia podía reconocerlos, eran el fruto de su vientre, y sabía quién era cada uno.

Para poderlos llamar, tenía que ponerles nombre; y se le ocurrieron dos muy originales: hombre y mujer.

Estas dos nuevas criaturas jugaban felices, y disfrutaban plenamente de todo lo que les rodeaba.

Se dormían contando estrellas, bajo la cálida luz de la luna. Se despertaban con el canto de los jilgueros.

Sus pies descalzos eran acariciados por la arena, y sus cuerpo masajeados por las olas del mar.

Aprendieron a cantar, reír y bailar. Se alimentaban con la leche de los animales, los frutos de los árboles y el agua de los ríos.

Fueron creciendo, al compás de las brisas y el viento, llenos de energía y conocimiento.

Si tenían frío, se abrazaban y calentaban mutuamente. Cuando sentían tristeza, se consolaban el uno al otro.

Podían reír, llorar, cantar y bailar libremente. Tanto hombre como mujer hacían lo que deseaban; nadie les molestaba cuando querían estar en soledad, cada uno consigo mismo.

El haber nacido en el mismo momento, y del mismo vientre, les mantenía unidos. Podían encontrarse a kilómetros el uno del otro y continuar sintiendo la mutua presencia.

Cuando les apetecía, se sentaban juntos y conversaban. Inventaron juegos y describieron sueños.

Era tanta la imaginación que poseían hombre y mujer que, unida a su entusiasmo por aprender, les llevó a idear lo que se ha dado en llamar "Teatro".

Un día se disfrazaban de gaviotas, volaban por los aires, se deslizaban sobre el mar, conversaban con los peces. Y descubrían una nueva forma de sentir, metiéndose en la piel de otros seres.

Fueron león y cabra, jilguero y araña, mosca y gusano, flor y árbol . . . . .

De pronto notaron que todos ellos eran de tamaño muy distinto al suyo, deseaban ser como eran y, a la vez, tener nuevas experiencias.

Observando detenidamente al perro y al mono, descubrieron algo que les sorprendió, dos animales de la misma especie tenían una parte del cuerpo distinta, y parecía agradarles la unión de sus diferencias.

Sólo su madre Gaia les podía dar las respuestas adecuadas, a todas las preguntas que surgieron de esta visión.

- "Mamá, queremos aprender más."

- "¿Sobre qué?"

-"¿Por qué son distintos estos dos monos?", preguntaron, señalando a los que estaban riendo a su lado

- "Uno es macho y el otro hembra", respondió Gaia

- "No te entendemos", dijeron hombre y mujer al unísono.

- "Mi vientre ha concebido muchos y diferentes seres; con cada parto he otorgado unas cualidades distintas y, a la mayoría, les he concedido la posibilidad de reproducirse ellos mismos y mejorar la especie.

El macho y la hembra se unen y crean a un nuevo ser."

- "¿Por qué nosotros carecemos de esa facultad?".

- "Porque vosotros sois tan perfectos que no necesitáis evolucionar".


Tardaron bastante tiempo en comprender lo que Gaia les había dicho; luego, sintieron un profundo agradecimiento hacia su madre, por los dones que les había concedido.

A pesar de sentirse halagados por su nuevo descubrimiento, decidieron que querían experimentar la procreación. Comprendieron que para ello debían renunciar a parte de su encanto, y repartirse, entre los dos, las distintas funciones que habían aprendido, al observar detenidamente a los animales.

Es difícil saber que les llevó a elegir sus papeles. Hombre sería el macho y mujer la hembra. A él siempre le habían gustado los juegos de fuerza y poder; ella moldeaba el barro y decoraba los campos; aprovechando sus facultades innatas, les sería más fácil hacer una buena representación.

Gaia les advirtió de los peligros de esta decisión; podían embriagarse con este nuevo juego, y olvidar quienes eran en realidad.

El entusiasmo que sentían los dos, ante esta nueva aventura, les llevó a no escuchar las palabras de su madre, y continuar con el plan.

El cuerpo de ambos cambió, y Mujer quedó embarazada de un nuevo ser. La experiencia fué maravillosa y disfrutaron de cada instante. ¡Eran Felices!.

Todo aquello les había hecho perder su bonita costumbre de conversar, y quisieron retomar ese placer.

Hablando, se dieron cuenta de que seguían siendo distintos al resto de las especies; eran los únicos que no podían mejorar, porque ya eran perfectos. Algo nubló sus mentes; deseaban que sus hijos fueran superiores a ellos. Sólo había una forma de conseguirlo: renunciar a muchas de sus cualidades.

De este modo, el juego que comenzaron Hombre y Mujer les llevó a un retroceso tan grande que olvidaron quienes eran en realidad.

Con cada nacimiento, se distanciaban más de su primera Madre, Gaia, llegando a un punto en que dejaron de recordar su verdadera identidad.


 

El resto de la historia es bien conocida por todos: moros y cristianos, arios y judíos, blancos y negros, machistas y feministas . . .

Guerras, miseria, desesperación . . .

En algún lugar está escrito que, un día, todos despertaremos de este sueño, recordaremos nuestra perfección, y recuperaremos la Felicidad.




Cuento premiado el año 1997

En el concurso “Sant Jordi”

De l’Ateneu Alba de Cunit

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