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LA TIERRA CEDIÓ BAJO MIS PIES

LA TIERRA CEDIÓ BAJO MIS PIES



Todo tiene su momento para existir, todo tiene su instante para disolverse.

Ahora ha llegado el tiempo de recordar la impactante experiencia que viví cuando tenía catorce años.


Mi adolescencia, como la de muchas personas, estaba llena de una energía que me empujaba a buscar, casi incansablemente, el conocimiento, la verdad y la libertad, en muchas facetas. En los últimos años de la dictadura, con los residuos de los movimientos jipis y en una ciudad grande y cosmopolita, como es Barcelona, esta búsqueda de libertad y una nueva espiritualidad, creo que era bastante común. Al menos en los ambientes en que yo me desenvolvía.


Estudiaba en un colegio religioso, donde llevábamos uniforme y cada día saludábamos a la Virgen y rezábamos el rosario.

También nos instruían adecuadamente. El nivel de enseñanza era bueno. Me dieron una base sólida de formación académica.

Las niñas pensábamos que las monjas estaban anticuadas. El sacerdote venía una vez a la semana, trayendo “perspectivas más amplias” sobre la religión y la vida.

Salíamos del colegio a las siete de la tarde, muchos sábados teníamos actividades didácticas.


Fuera de las aulas, era miembro de un centro excursionista. “La colla”, como se llamaba a los grupos de amigos, nos reuníamos todos los fines de semana. Realizábamos distintas actividades. Igual subíamos a la cima de una montaña, que íbamos a la playa. De vez en cuando hacíamos guateques, en casa de algún miembro de la colla.


Un poco situados en la época, intentaré relatar lo que sucedió aquel insólito domingo.


Habíamos comenzado el descenso de una montaña. Seguíamos distintas sendas y atajos. Exploramos una zona y descubrimos un camino óptimo, por donde avanzar con mayor rapidez..

Al dar el segundo o tercer paso, la tierra que había bajo mis pies cedió, caí junto con la tierra y muchas piedras. Un amigo intentó sujetarme sin lograrlo.

Empecé a rodar por la ladera de la montaña en dirección al barranco. Era una caída de aproximadamente quince metros.

Por un instante me sentí confusa, desorientada, desamparada, con sentimientos contradictorios cruzando por la mente. Justo cuando iba a aparecer el miedo, el destino no se lo permitió. Una piedra me golpeó fuertemente en la frente junto a la sien, llevándome rápidamente a la inconciencia.


Rápidamente es una expresión lineal y dual, como lo son nuestro concepto del tiempo y la mente. Si se hubiese intentado comprobar con un reloj el tiempo transcurrido, desde que la tierra cedió, la piedra me golpeó y la pérdida del conocimiento, se habría asegurado que sólo habían pasado unos segundos, tal vez un minuto.

Si lo observamos desde la plenitud, donde incluso tubo cabida una experiencia mística, el tiempo transcurrido fue mucho mayor, como el que se necesita para relatar la historia.


En el momento en que la piedra golpeó mi cabeza, todos los pensamientos y sentimientos cesaron, abriéndose la mente a un nuevo espacio, donde el tiempo transcurre de forma diferente y donde los pensamientos y sentimientos alcanzan una profundidad y forma difíciles de entender en el estado habitual de la mente cotidiana.


En el espacio de tiempo transcurrido, entre el golpe y la pérdida de conciencia, que por ser tan pequeño es difícil de medir, cabe un infinito que muestra una realidad en la que no se suele pensar, “el tiempo no existe, es una invención de la mente”

Hubo un diálogo interno entre la mente y el ser. Con suma claridad se presentó ante mí el hecho de que probablemente iba a morir. Era un planteamiento desde la consciencia, libre de miedo. Las circunstancias se sopesaban de forma pragmática, crudas, sin disfraces ni juicios.

Esta forma de observar lo que sucedía, en sí misma, ya muestra la dimensión de lo oculto, pues estoy hablando de una adolescente de catorce años. De una persona que, cronológicamente, se encuentra cerca de la niñez.


Tras una detallada observación de las circunstancias, tan amplias que me es difícil de transcribir, llegó el planteamiento de la cercanía de la muerte.

Esta nueva realidad que se mostraba ante mí, hizo que la mente se detuviese y desde el profundo silencio que se encuentra más allá de la lógica, los pensamientos y la observación. Es desde donde podemos escuchar la voz de la Divinidad, el mensaje de Dios.


De una forma clara entendí “No vas a morir. Has nacido para cumplir un propósito y todavía no lo has realizado”.

La mente quedó totalmente relajada, tomando fuerza la Fe y la Paz. Me dejé llevar, sumiéndome en el Gozo que ofrece la Paz. En ese instante perdí de verdad la conciencia.


El cuerpo ya magullado por las piedras y el roce de la tierra, golpeó con brutalidad el suelo, tras una caída de quince metros.

Continué inconsciente hasta que unos amigos, llenos de temor, consiguieron llegar hasta mí y me despertaron


Estaba viva, como la Divinidad me había predicho. El cuerpo se encontraba magullado, con múltiples lesiones, un hombro luxado; las rodillas sangrantes; había tierra y pequeñas piedras incrustadas en la carne de distintas zonas del cuerpo; las manos y la cara tenían heridas de las que brotaba sangre, etc.


Pero, no sólo estaba viva, además no me había roto ningún hueso y, aunque el cuerpo estaba maltrecho, con ayuda de mis compañeros pude levantarme y caminar hasta la carretera, a la espera de que pasase un coche y me llevara a un hospital. En aquella época no existían los teléfonos móviles.

A pesar de ser una zona casi deshabitada, pronto apareció un automóvil. El conductor rápidamente se ofreció a llevarme hasta el puesto de socorro más cercano.


En lugar de poder sentirme aliviada, el entrar en las instalaciones sanitarias representó el inicio de un gran sufrimiento físico.


Mi mente iba recuperándose del shock y, poco a poco, regresó la identificación con el cuerpo, llevándome a padecer muchos y fuertes dolores. A pesar de ello, me tuvieron mucho tiempo sin asistencia sanitaria.


Cuando por fin me atendieron, me trataron con cierta brusquedad. No utilizaron anestesia para reducir la luxación y no me hicieron ninguna radiografía, para comprobar como se hallaban los huesos y la articulación, costándoles mucho volver a poner el brazo en su lugar.

Sin anestesia, sin analgésicos . . . me curaron las heridas y vendaron distintas partes del cuerpo.


Para regresar a Barcelona tuvimos que coger el tren. Cuando llegué a casa se asustaron mucho. Supongo que las mentes de los miembros de mi familia dieron un vuelco. Les fue difícil entender que había sucedido y, a la vez, no me pusieron demasiado fáciles las cosas.


Cuando me estiré en la cama se había hecho de noche. Los dolores eran intensos y se distribuían por todo el cuerpo. Ese instante fue un momento decisivo para mí, tan intenso que cambió el curso de la vida.


Ante la imposibilidad de soportar el dolor y la necesidad de descansar cuerpo y mente, desarrollé la capacidad de distanciarme de los dolores y ser observadora del proceso del cuerpo. O sea, de profundizar en la capacidad adquirida durante la caída al barranco.


Este distanciamiento de los procesos dolorosos y traumáticos del cuerpo, lo he mantenido siempre. Durante las etapas de desorientación y confusión de la vida, la capacidad de observar el cuerpo se reducía a un cuarenta por ciento. Aumentando en las épocas de espiritualidad y meditación. Estos porcentajes sólo son una forma de etiquetar, para poder explicar lo que sucede.


Con el tiempo, he desarrollado mecanismos para saber que le sucede al cuerpo, y poderlo cuidar adecuadamente, sin tener que involucrarme en su padecimiento, cuando lo hay.


La caída por el barranco, a los catorce años de edad, me aportó experiencias místicas, conocimiento del funcionamiento del cuerpo, observación de la mente y otros aprendizajes.


Al amanecer del siguiente día, cuando desperté de un plácido y reponedor sueño, tuve que comenzar a afrontar nuevas consecuencias a nivel de convivencia, tanto en relación con mi familia, como en el día a día de la escuela.


De cada experiencia, de cada paso recorrido durante esos días, podría escribir un largo texto.

Quizás llegue el tiempo en que lo haga.


Vandana/Pepa Alonso

Juny 2019



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